En la escuela y en el colegio me maltrataban por ser gay, por ser “afeminado”. Me empujaban, me insultaban, incluso llegaron a meter mi cabeza en un inodoro. Estar así, sin poder respirar, me llenó de ira e impotencia, pero ese ahogo era igual que no poder gritar a los cuatro vientos lo que soy.
Me llamaron “puto”, “maricón”, y antes esas palabras me hacían sentir nada. Ha tenido que pasar mucho para poder sonreír. Ahora todo aquello por lo que me rechazaron se convirtió en mi insignia. Son las características que me hacen grande, me hacen amarme y aceptarme como soy.