En marzo del 2020 la pandemia golpeó Guayaquil. Junto con mi pareja, Patty, perdimos el trabajo, nos quedamos sin lugar donde vivir y nos contagiamos de COVID. Nos refugiamos donde familiares. Patty tenía fiebre de 40, le dolían los riñones y se le bajaba la presión. Cuando ella empezó a mejorar, yo decaí.
Nos cuidábamos por turnos. En el confinamiento las medicinas eran escasas; en medio del calor del cuarto cerrado, nuestros remedios eran paños de agua fría, paracetamol y té con limón. La familia fue nuestra salvación, nos dieron un lugar para quedarnos, comida y hasta un ventilador. Mientras en la ciudad aparecían cadáveres en la calle, Patty colapsó: “No tenemos dinero ni donde vivir, estamos enfermos y no sabemos qué va a pasar”.