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Ser una mujer trans en Ecuador es vivir con violencia todos los días. Cuando entré a la cárcel, yo era muy joven; ahí comenzó un ciclo de vulneraciones, el rechazo, los golpes y la violación de como quince hombres. En esa lucha, mi madre fue la esperanza que jamás me abandonó.

Ahora sé que ella fue una víctima más de violencia, desde el hogar. Lo sé porque la brutalidad de la cárcel cambió mi forma de ver las cosas; me obligó a resistir, me permitió encontrar la fuerza para ayudar a otras mujeres trans desde el derecho. Quisiera ver esa transformación también en mi madre. La admiro, porque sé de lo que es capaz, aunque a veces se calle y agache la cabeza, aún recuerdo a la mujer que cuando me vio en un calabozo se enfrentó al sistema.